Una reina olvidada
Se ha escrito mucho y se seguirá haciendo, en
torno a la figura de Ana Bolena, principalmente por su dramático e
injusto final. Hay muchas historias sobre ella,
incluso leyendas sobre fantasmagóricas apariciones, que aún hoy se hacen
presentes en Londres.
Secuencia de la película "Las Hermanas Bolena" |
Pero sin duda, esta reina representa lo que
era la mujer a finales de la Edad Media/principios del Renacimiento. Su padre Tomás Bolena, se sirvió de sus
hijas como herramientas burocráticas, con las que espiaba y se ganaba favores
entre las altas clases, a conveniencia. Ya en su infancia, fue enviada a París,
en primer lugar para ser educada sí, pero también, para tratar de enviar
información a la corte inglesa...Y por si acaso, ganarse buena fama entre los
galos.
Inicialmente, fue su hermana mayor, María, el
principal caballo de batalla en estas lides, a la cual se instruyó
meticulosamente para seducir al joven Francisco I, rey de Francia. Pero éste,
del que decían que era tan apuesto como mujeriego, acabó convirtiendo a María,
en su amante, a la que utilizó tantas veces como quiso y a la que repudió al
cansarse del juego.
Su depravación fue tal, que la primera de las
Bolena, acabó compartiendo cama con buena parte de la corte francesa, incluidas
mujeres, para saciar sus depravados deseos.
Se ganó el apodo de “La yegua inglesa”,
término con el que se referían a ella por haber sido “tantas veces
montada”. Este hecho, fue el fin de la
reputación de María, que quedó hundida y señalada como prácticamente una
meretriz. Todo, por los despiadados planes de su padre, Tomás Bolena, que tenía
en mayor estima obtener un pedazo de pastel, antes que el amor o el bienestar
de sus hijas.
Palacio de la Conciergerie en París |
Ana, que además de ser más joven, no era, decían,
tan atractiva como su hermana, tardó más tiempo en recibir órdenes de su padre,
pero finalmente llegaron. Sin embargo,
su astucia la ayudó a esquivar “manos extrañas” y regresar a Inglaterra con su
honor intacto.
En Londres, Enrique VIII, por la enorme rivalidad existente con su
homólogo francés, también tomó a María como amante, en un ejemplo más, de lo
que representaba el sexo femenino en el siglo XVI. Cuando igual que en París, María pasó a un
segundo plano, los ojos del monarca inglés se centraron en Ana, que lo sedujo
de tal manera, que se vio obligado a tomarla como esposa, con tal de disfrutar
de su cuerpo. A diferencia de su
hermana, Ana jugó sus cartas y la sed de lujuria del rey, le obligó a convertirla en reina, para yacer
con ella.
Sería difícil de explicar si por aquel
entonces, Ana Bolena era una máquina al
servicio de su padre, o si realmente estaba enamorada de Enrique. Sea como
fuere, los Bolena estaban en el primer puesto de una de las cortes más importantes
del mundo conocido.
Imagen de la Torre Blanca en la Torre de Londres |
Todo esto refleja la dura vida que tuvo no
solo esta reina, sino tantas y tantas mujeres de esa época, que sencillamente
eran marionetas al servicio de unos y de otros.
Mi última novela habla de Ana Bolena, pero bien podría haberse centrado
en otras como Juana de Arco, Maria
Antonieta o incluso Marie Curie, que por la intolerancia de unos y de otros, su
posición o simplemente su condición social, convirtieron su vida en una
auténtica tortura.
En El Misterio de Ana Bolena, intento
reflejar algo que pasaba antes y sigue pasando ahora, que es un mal endémico
del ser humano: El poder. Creo que no
somos conscientes de los hilos que se mueven, en beneficio de unos pocos. Sí, es cierto que sabemos cómo está el mundo,
pero no llegamos a ser conscientes de hasta qué punto se llega y lamentablemente,
nunca lo sabremos del todo. A cualquier
nivel, existe este mal, que se lleva por delante a muchos “inocentes”, como
daños colaterales.
Ana Bolena fue llevada al cadalso, ante el
estupor de su entorno y el odio del pueblo, al cual se le había llevado a
pensar, que era una adúltera y usurpadora del trono. Tuvieron que pasar casi tres
siglos, hasta que alguien apuntase a Enrique VIII como hostigador, ya que antes
nadie lo había ni tan si quiera planteado.
Fue en tiempos de la reina
Victoria en 1876, cuando al reformar la Torre de Londres, se encontraron sus
restos por casualidad.
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