miércoles, 19 de marzo de 2014

Sobre Ana Bolena

Una reina olvidada

Se ha escrito mucho y se seguirá haciendo, en torno a la figura de Ana Bolena, principalmente por su dramático e injusto final. Hay muchas historias sobre ella,  incluso leyendas sobre fantasmagóricas apariciones, que aún hoy se hacen presentes en Londres.

Secuencia de la película "Las Hermanas Bolena"
Pero sin duda, esta reina representa lo que era la mujer a finales de la Edad Media/principios del Renacimiento.    Su padre Tomás Bolena, se sirvió de sus hijas como herramientas burocráticas, con las que espiaba y se ganaba favores entre las altas clases, a conveniencia. Ya en su infancia, fue enviada a París, en primer lugar para ser educada sí, pero también, para tratar de enviar información a la corte inglesa...Y por si acaso, ganarse buena fama entre los galos.

Inicialmente, fue su hermana mayor, María, el principal caballo de batalla en estas lides, a la cual se instruyó meticulosamente para seducir al joven Francisco I, rey de Francia. Pero éste, del que decían que era tan apuesto como mujeriego, acabó convirtiendo a María, en su amante, a la que utilizó tantas veces como quiso y a la que repudió al cansarse del juego. 


Su depravación fue tal, que la primera de las Bolena, acabó compartiendo cama con buena parte de la corte francesa, incluidas mujeres, para saciar sus depravados deseos.   Se ganó el apodo de “La yegua inglesa”,  término con el que se referían a ella por haber sido “tantas veces montada”.  Este hecho, fue el fin de la reputación de María, que quedó hundida y señalada como prácticamente una meretriz. Todo, por los despiadados planes de su padre, Tomás Bolena, que tenía en mayor estima obtener un pedazo de pastel, antes que el amor o el bienestar de sus hijas.

Palacio de la Conciergerie en París

Ana, que además de ser más joven, no era, decían, tan atractiva como su hermana, tardó más tiempo en recibir órdenes de su padre, pero finalmente llegaron.   Sin embargo, su astucia la ayudó a esquivar “manos extrañas” y regresar a Inglaterra con su honor intacto.

En Londres, Enrique VIII,  por la enorme rivalidad existente con su homólogo francés, también tomó a María como amante, en un ejemplo más, de lo que representaba el sexo femenino en el siglo XVI.  Cuando igual que en París, María pasó a un segundo plano, los ojos del monarca inglés se centraron en Ana, que lo sedujo de tal manera, que se vio obligado a tomarla como esposa, con tal de disfrutar de su cuerpo.  A diferencia de su hermana, Ana jugó sus cartas y la sed de lujuria del rey,  le obligó a convertirla en reina, para yacer con ella.

Sería difícil de explicar si por aquel entonces,  Ana Bolena era una máquina al servicio de su padre, o si realmente estaba enamorada de Enrique. Sea como fuere, los Bolena estaban en el primer puesto de una de las cortes más importantes del mundo conocido.

Imagen de la Torre Blanca en la Torre de Londres
Todo esto refleja la dura vida que tuvo no solo esta reina, sino tantas y tantas mujeres de esa época, que sencillamente eran marionetas al servicio de unos y de otros.  Mi última novela habla de Ana Bolena, pero bien podría haberse centrado en otras como Juana de Arco,  Maria Antonieta o incluso Marie Curie, que por la intolerancia de unos y de otros, su posición o simplemente su condición social, convirtieron su vida en una auténtica tortura.

En El Misterio de Ana Bolena, intento reflejar algo que pasaba antes y sigue pasando ahora, que es un mal endémico del ser humano: El poder.  Creo que no somos conscientes de los hilos que se mueven, en beneficio de unos pocos.  Sí, es cierto que sabemos cómo está el mundo, pero no llegamos a ser conscientes de hasta qué punto se llega y lamentablemente, nunca lo sabremos del todo.  A cualquier nivel, existe este mal, que se lleva por delante a muchos “inocentes”, como daños colaterales. 

Ana Bolena fue llevada al cadalso, ante el estupor de su entorno y el odio del pueblo, al cual se le había llevado a pensar, que era una adúltera y usurpadora del trono. Tuvieron que pasar casi tres siglos, hasta que alguien apuntase a Enrique VIII como hostigador, ya que antes nadie lo había ni tan si quiera planteado.   Fue en tiempos de la reina Victoria en 1876, cuando al reformar la Torre de Londres, se encontraron sus restos por casualidad.

Pero incluso hoy en día, un rey cobarde, traidor y sin apenas éxito,  es más reconocido que todas las mujeres de las que se deshizo.   Es muy difícil encontrar hoy en Londres el legado de Ana Bolena y tan solo una pequeña placa, recuerda que allí murió una reina.

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